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¿Por qué leer cuentos con los niños?

Los cuentos son un recurso maravilloso para explicar a los niños cómo funciona el mundo de una manera fácil y divertida, además de despertar la imaginación y fomentar la relación de los pequeños con su familia.


Porque conocemos muy bien la importancia de despertar la curiosidad en los niños, nuestros amigos de la familia Ty te proponen estos cuentos para que se diviertan, convivan en familia y entretenerlos mientras están en casa.

La historia de un árbol. Coconut, un simpático chango a quien le encanta sentir la brisa en lo alto de los árboles te recomienda este cuento maravilloso para leer con tus hijos que te ayudará a transmitirles la importancia del respeto por la naturaleza.


¿Quieres hablar a tus pequeños sobre la importancia de la amistad? El astuto Finley, un zorro de la colección Teeny Ty, te recomienda el cuento Dos amigos inseparables que habla sobre el valor de la amistad.

En primavera, las abejas son inseparables y es la época en que con su trabajo ayudan a que el paisaje florezca y todo brille. Zinger, la curiosa abeja de Teeny Ty, sugiere el cuento La abeja Zum y el rosal, maravilloso para enseñar a tus hijos sobre el respeto y la cortesía.



Retoma la tradición de leerle cuentos a los pequeños, saca provecho de este tiempo y ayuda a tus hijos a desarrollar su imaginación. ¡Ahora más que nunca la lectura es un entretenimiento que no puede faltar en casa!


Lee los cuentos con ellos, motívalos a que inventen sus propias historias y pasen un gran momento en familia. Después, al finalizar la historia puedes comentarla, hacer preguntas y que cada quien exprese lo aprendido, de esa forma también crearás una importante dinámica de interacción familiar.

#DiTaai #BrillaConTy

Facebook: @tym México


 

Más cuentos para leer en casa


HISTORIA DE UN ÁRBOL

Nuestro árbol se distinguía a lo lejos. Era enorme, robusto, anciano y con una gran copa que daba una enorme sombra sobre la hierba del jardín. Era un ombú, que durante años, fue creciendo a lo alto y a lo ancho, hasta conquistar una pradera cercada por una muralla de piedra. Cuando trepábamos por él, yo pensaba que era como el lomo de un inmenso elefante o como una ballena.

Si el árbol hubiera podido hablar, nos habría contado las historias de los niños de otros tiempos: a qué habían jugado por sus ramas, quiénes habían escalado su colina de corteza para sentarse a descansar antes de seguir subiendo, quiénes habían resbalado por su musgo o quiénes habían tropezado en sus raíces. Niños felices que se habían escondido bajo sus hojas. Niños valientes que habían subido hasta lo más alto, donde habían contemplado todo el paisaje y se habían sentido como reyes.

Una tarde hubo una gran tormenta. El cielo se puso muy negro y pareció que se iba a romper. Después, empezó a llover con fuerza. A través de la ventana, vimos los relámpagos y oímos los truenos. A la mañana siguiente, corrimos a jugar a nuestro árbol: un rayo había partido la rama larga, horizontal al suelo, donde solíamos columpiarnos. Había dejado un profundo boquete en el tronco. Nos sentimos tristes. Por suerte, el resto del ombú estaba intacto. Abrazamos a nuestro árbol y poco a poco, recuperamos los juegos.

Después de la primavera, el agujero hecho por el rayo se llenó de ramitas jóvenes y nuestro árbol volvió a crecer feliz.

FIN


 

DOS AMIGOS INSEPARABLES


Es un lugar maravilloso. Me encanta despertar y oír cantar a los pájaros, dijo Peter. A mí, me fascina oler el perfume de las flores y que el viento me sople en la cara, aseguró Lowin.

Así iniciaban todas las mañanas de primavera para el oso Lowin y el zorro Peter, ambos se tendían sobre el abundante pasto verde a descubrir las formas divertidas que se hacen con las nubes.

Desde pequeños eran amigos, se conocieron en un soleado y colorido día de primavera. El astuto Peter cazaba insectos entre las flores, mientras que Lowin comía plantas muy cerca de donde se encontraba el zorro. De repente, Peter descubrió una mariposa y estaba decidido a atraparla. Se colocó en posición de ataque y cuando saltó para agarrarla, chocó con Lowin.

- Auchhhhh, ¿Qué haces?, me lastimaste - dijo el oso.

- Disculpa, no era mi intención, intentaba capturar una mariposa, pero la muy astuta se me escapó - contestó Peter.

De esta manera, se inició una larga conversación y desde entonces, son los mejores amigos de la montaña de Pando. Ahora son unos inquietos adolescentes en busca de las más divertidas aventuras.

Un día de primavera, Peter le propuso a Lowin iniciar una aventura en los gallineros del granjero Jorge. A Peter le encantaba asustar a las gallinas.

- Está bien, acepto, - dijo el oso-, pero con una condición.

- ¿Cuál? - Preguntó el zorro.

- Después de jugar, vamos a la laguna a darnos un refrescante baño.

- Trato hecho.

Enseguida Peter empezó a planear cómo entrarían al gallinero. Tomó una ramita y sobre la tierra comenzó a dibujar un mapa para explicarle a Lowin de qué manera trabajarían en equipo para no dejar escapar a ninguna gallina y darles un buen susto.

- Yo soy más pequeño y delgado, voy a entrar cuidadosamente al lugar donde las gallinas duermen. Y tú, como eres más grande, te quedarás afuera esperando que las gallinas salgan, dijo el zorro.

El oso asintió y de inmediato pusieron su plan en marcha. Las gallinas comenzaron a salir y los amigos se divertían corriendo tras ellas. Casi cumplieron su misión, cuando los sorprendió el granjero Jorge, que se montó en su tractor y comenzó a perseguirlos por toda la colina.

Los amigos casi se dan por vencidos, pero después de tanto correr, encontraron un escondite. Allí estuvieron unos minutos. Cuando se aseguraron que Jorge se había marchado, salieron.

- Peter, siempre tus ideas terminan metiéndonos en problemas. Pasamos un buen susto.

- Sí, ya lo sé, pero fue divertido, admítelo.

- Tienes razón.

Estos intrépidos amigos no pararon de reír un buen rato. De camino a la laguna, ya se encontraban planeando la aventura del siguiente día. Peter y Lowin disfrutaban al máximo de los días de primavera, su estación del año preferida. Y tal como habían acordado, fueron a la laguna a darse un divertido y relajante baño.

FIN


 

LA ABEJA ZUM Y EL ROSAL


El cielo había amanecido azul porcelana. En el aire flotaba un fresco aroma a hierbabuena y azahar. El jardín despertaba bajo la mañana primaveral. En el ambiente se podía oír un suave sonido: ¡zummm, zumm!

El zum se repetía una y otra vez entre las flores. Se trataba se una pequeña abeja un tanto peculiar, y digo peculiar porque era muy delicada


con su modales. No era como las demás compañeras de la colmena, que se lanzaban sobre las flores sin importarles si éstas querían ser libadas o no.

La abeja zum, que así le llamaban por su peculiar zumbido al volar, como una bella melodía, era sumamente educada. Aquella mañana se acercó poco a poco revoloteando a la rosa más hermosa del jardín. Zum había oído terribles historias del rosal. Decían que cuando algún intruso osaba acercarse a alguna de sus rosas desplegaba sus largas espinas. La abeja, como de costumbre, aleteando cerca de la rosa, pidió permiso para acercarse, saludando con cortesía:

- Hola, me llamo Zum y vivo en la colmena cerca de aquí. La belleza de sus pétalos me han deslumbrado y me preguntaba si podría tomar un poco de néctar para alimentar a mis crías, prometo hacerlo con delicadeza.

La rosa, orgullosa de escucharla, estiró el tallo:

- Gracias por los halagos Zum, yo no tengo inconveniente, pero no sé si mis compañeras estarán de acuerdo. Además, usted debe pedir permiso antes de cualquier cosa a nuestro padre El Rosal, él cuida de nosotras.

Zum, conocedora del esmero con que papá rosal cuidaba a sus hijas, no dudó en pedir el permiso:

- ¿Señor rosal, sería tan amable de dejarme tomar un poquito de néctar para mis crías? Prometo no dañar a sus hermosas hijas y cumplir mi misión de polinizar con esmero y responsabilidad.

El rosal, aunque era muy gruñón y no le hacía gracia que se acercaran a sus rosas, quedó maravillado con los modales de Zum:

- Me sorprende que solicite permiso, señora Zum. Sus compañeras cundo vienen se lanzan sobre mis rosas como si el jardín les perteneciera; dicen que soy un ogro y no permito que se acerquen a mis hijas cuando las maleducadas son ellas, por eso saco mis filosas espinas. Por supuesto que puede tomar el néctar que quiera, ¡adelante!

La cara de Zum entristeció y a la vez se puso roja de vergüenza al escuchas las palabras del señor rosal:

- Lo siento mucho y les ofrezco disculpas por el comportamiento de mis compañeras. Cuando vuelva a la colmena hablaré con ellas para que cambien su actitud.

Zum, llena de felicidad por el permiso concedido, libó y libó hasta tener el néctar suficiente para alimentar a sus pequeños. Después se despidió del rosal y sus bellas hijas, no sin antes dar las gracias por permitirle obtener tan delicioso alimento, y se fue muy contenta y orgullosa de ella misma.

Moraleja: La cortesía y educación ablanda hasta el más duro corazón.

FIN




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